Fotografía, Vivencias

Florence

Esta soy yo aprovechando un momento la calma luego de Florence, para tomar una selfie en uno de los charcos cerca de mi casa. Luego de unos días de encierro me fui con mi cámara y celular a tomar fotos del reflejo de los árboles y nubes en los depósitos de agua que tenía cerca. Fue una terapia. Han sido días de estrés. Tengo que reconocer que tuve mucha suerte. Donde vivo no pasaron mayores incidentes. No es así para los pueblos vecinos en especial aquellos cerca de la costa. Y así como contemplo el reflejo de estos árboles que días antes los miraba con recelo pues para mí eran una amenaza a la seguridad de nuestro hogar, también reflexiono sobre el cariño de todos los que de una forma u otra me contactaron y me ofrecieron incondicional apoyo ante el peligro que representaba Florence.

Recibí mensajes, llamadas de familiares y amigos. Unos que viven lejos, otros que están cerca, unos con los que tengo comunicación frecuente, otros no tanto. En todo momento me dejaron saber que me enviaban buena vibra, que estaban para mi cuando los necesitara. Hubo par de ocasiones en los que dejaba de ver las noticias solo para contestar mensajes.

Los huracanes son impredecibles. Varían su fuerza en par de horas. Un día parecen tener una ruta, luego cambian de parecer y dejan su huella con vientos y lluvia en otro lugar diferente al que inicialmente tenían trazado llegar. La lección aprendida es que hay cariños que no los destruye el tiempo, la distancia, la ausencia, ni ningún huracán categoría cien. Soy afortunada de contar con unos cuantos cariños de esos.

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